La metáfora es la siguiente:
A veces la vida nos enseña que incluso en un paseo tranquilo puede desatarse un torbellino inesperado. Nuestro perro, al dejarse llevar por el impulso de correr hacia los otros, soltó de las manos de mi hijo no solo la correa, sino también la sensación de control. Y en ese instante, él tuvo que decidir entre quedarse quieto o correr tras lo que más ama.
El suelo lo recibió con dureza, recordándole que en el camino habrá caídas y golpes, pero también le dio la oportunidad de levantarse con más fuerza. Con raspones en la piel, pero con valentía en el corazón, logró detener a nuestro perro y, con ello, evitó un problema mayor.
Ese momento me hizo pensar que la vida es así: a veces nos tira al suelo para probarnos, para enseñarnos que la verdadera fortaleza no está en no caer, sino en levantarse a pesar del dolor y sostener con firmeza lo que realmente importa.
