La plaza

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Isela
Crónica de una breve espera.

Una mujer cruza la plaza para encontrarse con un hombre. Espera un poco ansiosa porque la tarde va cayendo y sus hermanos la esperan en casa. Sus manos empiezan a sudar alrededor de los frascos que lleva y se apena un poco, busca servilletas, los limpia e inspecciona para asegurarse de que todo siga en orden. Tras unos minutos de espera se relaja al darse cuenta que el hombre viene retrasado. Eso ya es un punto a favor. Se encorva un poco y se ve tentada a sacar el celular del bolso. Pero tiene poca batería y aún necesita la conexión para regresar a casa. Empieza a dudar si el hombre vendrá, pone los frascos al lado de ella sobre la banca de concreto. El sol termina de ocultarse y comienza a sentir la fresca brisa otoñal, y aunque los frascos están herméticamente cerrados alcanza a distinguir el olor de la canela, el chocolate amargo y la vainilla. Se siente tranquila porque el clima impedirá que se distorsionen los sabores.  Pasa otro minuto y ya no está mas preocupada, su mente ha viajado hasta su habitación, donde puede verse recostada, leyendo, recién bañada y satisfecha. Piensa que hace tiempo no escucha esa banda qué suele escuchar en octubre. La plaza de pronto se ha quedado vacía y el fresco la pone nerviosa de nuevo, el atardecer dejó de sentirse seguro y ahora piensa en todo lo que la acecha si el hombre no viene. Ve una silueta gruesa y su corazón se acelera, de una rápida ojeada se asegura qué los frascos estén presentables, endereza un moño.  Se limpia el sudor de las manos en el pantalón y se incorpora. Hace la entrega, se siente feliz al dirigirse a comprar la cena para sus hermanos. 

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